Franco Calvente hizo llorar a toda la familia (La Nación)

Inolvidable. La noche que Franco Calvente corrió su primer gran premio le ganó nada menos que a su hermano Gustavo. El más joven, el aprendiz, tomó la punta con la yegua Tirolesca y ninguno pudo acercársele en el Maipú, la carrera premium para velocistas que completó la gran fecha de ayer en el hipódromo de Palermo. Lenovo, el favorito, quedó segundo a varios cuerpos, con su jockey igualmente sonriente. "Vamos Fefe, vamos hermanito", gritaba el más experimentado, desde la montura del último campeón de la categoría. Franco pasó la noche en Pergamino, allá donde se crió y vive con sus padres, y viajó por la mañana hasta el barrio porteño. "Está hecho a campo. Todavía le cuesta salir", bromeaba Héctor, el papá, que fue jockey hasta 2008. Su mirada, casi al borde de las lágrimas, se clavaba en el escenario en el instante en el que el chico recibía la copa de manos de la bailarina Laura Fidalgo. En la otra mano, el jinete ganador sostenía a su ahijada Olivia, la hija de Gustavo. La familia unida, como siempre. Un festejo clásico, como nunca. clic aquí "Estaba ansioso. Los que me quieren me estuvieron dando consejos, pero no sentía nervios. Deseaba que llegara este día para correr mi primer Grupo 1 y, además, sabía que tenía una yegua con muchas posibilidades", confesaba Franco, de 21 años, desbordado por la felicidad. El resultado fue inmejorable, justo el día en el que se corrió el Nacional y las tribunas estaban repletas. "Tenía que correr esta carrera como si fuera cualquier otra", repetía. Era la fórmula para quitarse presión, acaso. "Las sensaciones no se pueden describir. Creí que no iba a llegar a correr nunca en Palermo y ahora estoy festejando en este clásico", dice el jinete ganador. Hay una historia de perseverancia y pasión detrás de eso. De seguir luchándola por ser habilitado cuando los médicos pensaban que el permiso para competir no era lo mejor. "No me dejaban porque tengo diabetes, pero eso está controlado", asegura Fefe. En marzo pasado, tras uno y mil estudios, encontró esa habilitación. Correr contra su hermano no quedó limitado a las cuadreras, a más de 200 kilómetros de Palermo, y pasó a ser una situación frecuente, en los principales escenarios. Papá Héctor vuelve a acercarse, pide que les saquen fotos y enseguida se agrega el equipo del stud La Aguada, que prepara a Tirolesca en la localidad cordobesa de Idiazábal. "Gustavo ya lo ha ganado casi todo. Siempre quiero que ganen los dos, pero esta vez tenía un poco más de ganas que sea Franco", revela el Tola. Había algo más. Se señala el corazón. "Le costó mucho tener el permiso. Esto es especial para él", agrega. Durante la tarde, Franquito pidió "que afloje el calor porque nos vamos a derretir". A la noche, con el mejor triunfo de su vida asegurado, ya no quería que termine el día. El clima, aunque la temperatura había bajado, era lo de menos. La ansiedad había quedado atrás y sólo pensaba en el festejo. "Tenemos que organizar una comida en el pueblo", se escuchó, y llovieron los "¡¡Síííííí!!". Un ritual en las carreras, en el lugar que sea. La séptima victoria de Tirolesca en diez carreras es la excusa ideal.




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